Teresa Costa-Gramunt
Opinió - La pintura de Waltraud Maczassek (2002)

Del mismo modo que en el mundo de las letras, lo que entendemos por “modernidad”, se aconteció a través de la progresiva incorporación al canon del que se denomina la “literatura del yo” (o sea la literatura como reflejo de la subjetividad del autor, de sus particulares puntos de vista), en el mundo del arte, y simétricamente al compás de los nuevos tiempos, este fenómeno también se ha producido. Y de la pintura referencial (es decir: narrativa, figurativa y realista, “fotográfica”), hemos ido pasando a una pintura cada vez más estilizada, onírica, abstracta o poética, según el mundo interior de cada artista.

El artista contemporáneo es descendente del artista del Renacimiento. Este artista “nuevo” surge de la idea que un artista hace falta que sea también un humanista (es decir: formado en varias disciplinas y como ejemplo tendríamos a Leonardo da Vinci). Un cierto grado de humanismo, pues, lo vamos encontrando en el sustrato de muchas de las obras pictóricas que hemos podido contemplar desde entonces. También en la pintura actual, cuando no es gratuita.

La pintura de Waltraud Maczassek (esta artista nacida en Frankfurt, pero vinculada a Vilafranca del Penedés por razones familiares), se inserta de pleno en el concepto de modernidad entendida como doble derramando de subjetiva y de humanista. Waltraud Maczassek, en su pintura, ha sabido casar su intuición (expresando con gran libertad las luces de sus sentimientos, transformados en chispas de signo espiritual) con el mundo ordenado y culto proveniente de su formación, por un lado, y de su propia estructura mental y psicológica, por la otra. El resultado de esta fructífera relación es una obra donde la virtud de las proporciones –siempre las adecuadas- se añade a un lirismo rico y matizado.

El mundo que Waltraud Maczassek expresa en su pintura (realizada formalmente con técnicas mixtas y collage) es su propio mundo interior: sus “paisajes interiores”, como ciertamente escribe Maria Lluïsa Borràs en su texto de presentación. Se trata, en efecto, de una pintura del yo intimista y delicado, puesto que en las pinturas tituladas fragmentos de mi paisaje y Paisaje interior, el color que predomina es el blanco disuelto en difuminados amarillos y dorados, que nos trasladan inmediatamente a aquellos fulgurantes momentos de plenitud interior, donde una luz diamantina nos muestra serenamente todos los rincones de la casa del alma.

Una pintura espiritual? Sí. Entendiendo la vida del espíritu como el que es: la sincronización del microcosmo (nosotros) con el macrocosmo (toda la creación). En esta pintura hay la parte sintiéndose parte de Todo, como el cuadro Evolución, donde Waltraud Maczassek nos invita a participar de la vivencia interna del hecho de la evolución, de la recreación constante del mundo. En Evolución encontramos mar y espumas, tornillos marinos y a salto de mata de ríos interiores, magmas cosmológicos y móviles, el agua como una maternidad sin límites...

La idea de los límites materiales de la vida física y su disolución en la vida psíquica y espiritual impregna también la obra de esta catalana de adopción, como se puede ver en las pinturas tituladas Sin límites y Estructuras del espacio, que la pintora ha resuelto con la sucesión de tres telas yuxtapuestas, dando a entender que principio y final son el mismo. Ahora esta sutil pintura de Waltraud Maczassek se puede ver hasta el 31 de octubre en una exitosa exposición a la Sala de Arte Maragall de Barcelona. Dos son las pinturas que en mi opinión toman gran relevancia por su mensaje metafísico: 1) El origen, un cuadro de fondos matizados de blancos, en la parte baja del cual destaca la silueta de un huevo y, como flotante encima, el perfil de una cúpula simbolizando, todo a la vez, el vientre preñado y la vuelta del cielo; y 2) Otra vida: entre pinceladas de luces y sombras, a la banda izquierda del espacio pictórico se nos aparece el recuadro de una puerta abierta –e iluminada- invitando a entrar al espectador... Es una clara invitación a entrar en el mundo del espíritu y al propio mundo interior de la pintora, que vale la pena no declinar. Tener colgada en casa una pintura de Waltraud Maczassek es un lujo para paladares refinados.