Carlos Delgado
Torres Magazine - Pasión por la Naturaleza (2008)

En Waltraud Maczassek, feliz conjunción de sensibilidad y pragmatismo, la pintura ha dibujado luces templadas, tolerantes, en sus paisajes abstractos. Los temas que componen estas escenas de tierra abrasada, humanizada o simplemente contemplada, me parecen muy significativos: actúan como resortes para la imaginación. Yo veo en los ocres y negros del primer plano el movimiento de la naturaleza sometida al flujo del Tiempo, junto con el ajetreo liviano de los sucesos efímeros. Y, de este modo, son vistos por ojos que enfocan lo permanente en el mundo cambiante de las apariencias, como borrosos, desdibujados, imperfectos, reflejos de la realidad. Pero el Ideal está ahí, al fondo del paisaje (o del mundo), captado en un instante inmortal por ojos mortales… la materia pictórica como el amor de una diosa al que aspiran los ojos nostálgicos. La pintura como un rayo de luz que busca una grieta instantánea del Tiempo.

Hay en sus cuadros detalles de amor y honradez que resaltan y resultan particularmente emotivos, como ese trazo seco, agrietado y erosionado. Los protagonistas inanimados –que se expresan en trazos humanistas, esbozos y huellas del ser en el tiempo- me observan mientras parecen atrapados en el lienzo como un dibujo más, jugando en su composición al contrapunto (el plano en movimiento y el plano fijo); en ortos casos, cielo y tierra se abrazan en la fusión de ambos planos, en un único momento de energía bondadosa que lo llena todo, como la luz del mediodía. Puedo percibir el olor a madera quemada en el frío aire crepuscular, la bruma y el humo confundidos todavía en un sueño, la tibia luz lechosa del cielo amaneciendo, livianas nubes, espuma, aire…

Todo contribuye a la plenitud de un paisaje diáfanamente extendido, la calma de un horizonte difuso, tranquilo; el acorde de la misma sostenida armonía. Desde la profunda garganta del horizonte surge el alba como un inmenso juego sonoro; y el mar, profundamente cándido, vierte rumores de espuma efervescente. En el amanecer del invierno, los trazos –pasta pictórica desgarrada- proyectan sombras de escarcha. Cuando el sol irradia oblicuamente su luz sobre el espacio-cuadro, el paisaje se estira en alargadísimas sombras. Y al mirarlos, la emoción proyecta su sombra, que se desliza, sin tocar, por la pintura como una caricia agradecida.

Para Waltraud Maczassek, el paisaje que inspira sus cuadros abstractos es una contemplación mística, una forma de ser. Manchones repentinos, como impresiones ilusorias, sobre un campo tostado que se extiende perdiendo su color. Clavo mi mirada en el horizonte sobre la loma gris azulado de una montaña. El aire se agita… una fugaz impresión multicolor cruza mi mirada y tras ella se suceden, como en un vertiginoso e interminable eco, cientos de impresiones fugaces. Un arroyo de colores diluidos discurre sometido a la irrefrenable quietud del movimiento atrapado en su eternidad. A través de la contemplación del paisaje, que actúa como un resorte, nos situamos dentro y fuera de nosotros mismos. Dentro, porque vivimos el presente como un continuo flujo; fuera, porque somos conscientes de que la experiencia estética tiene un límite, una parada final, un destino: confrontarse con la realidad.

Conozco la pintura de Waltraud Maczassek desde hace muchos años. He visto su progreso y prodigiosa ascensión en el dominio técnico. Pero siempre ha tenido un cimiento común de amor y compromiso. Cada año, sus “no-paisajes” ganaban en libertad, en espontaneidad conseguida con gozo y sacrificio para encontrar su expresión propia. No sé si ya ha llegado a la plenitud, a la serena seguridad del que sabe que no hay más técnica que la honradez. Pero sé que en estos cuadros últimos vibra la sana ambición de una mujer que se sabe definitivamente pintora.

Waltraud Maczassek nació en Frankfurt am Main. Estudió Bellas Artes en el Instituto Pedagógico de Wiesbaden y obtuvo la licenciatura en Bellas Artes en la Universidad de Barcelona. Del 21 de febrero al 21 de abril expone en la galería N3 Ignacio Lassaletta. C. Conde de Aranda, 19. Madrid.