Francesc Miralles
Crítico de arte

4 VARIACIONES EN TORNO A LA OBRA DE WALTRAUD MACZASSEK

I
De una u otra manera, todos los comentarios y acercamientos a la obra de Waltraud Maczassek subrayan la naturaleza como origen de la reflexión sobre la que fundamenta su obra; subrayan, incluso, su raíz en el paisaje. «Viendo los cuadros expuestos en la Galería Winter uno se puede imaginar la playa, plateada como si fuera a través del humo, la luz iluminando las fibras vegetales, la arena. Suaves y delicadas colinas se extienden en los luminosos paisajes bajo la amplitud del cielo.

En un día frío y lluvioso ¿qué puede ser mejor que meterse en la atmósfera de esas pinturas, inundadas del sol?» –esto podía leerse en una de las críticas de su exposición en Wiesbaden, el año 2000. Montse Juvé escribía cuatro años más tarde que, en realidad la pintora crea territorios sin referencias espaciales o temporales, que son desiertos de niebla, parajes gélidos que extienden por todos los sitios su blanco; charcos de agua sin contenedor posible; y, decía, que toda esta materia informe se precipita hacia un abismo intuido, grieta sempiterna de la naturaleza y del alma”. Pero fue Rafael Argullol, en su presentación a la exposición El sonido del Origen, en el 2005, quien dio un paso definitivo en esta interpretación del paisaje: primero recordaba aquella célebre paradoja de que no se sabía a ciencia cierta si la pintura del cuatrocento representaba al paisaje toscano o, por el contrario, el paisaje toscano imitaba la pintura del cuatrocento; luego precisaba que el mejor arte desea ser naturaleza con tanta pasión como desea reconocerse en algo distinto, quizá otra piel, quizás otra entraña, otra naturaleza, servidora, continuadora o exaltadora de aquella originaria.

Y, Argullol, afirmaba categóricamente: «No hay artista auténtico que no goce o no sufra al vivir esta tensión, y que no reconozca su trabajo como un camino de retorno a un origen del que desconoce casi todo». Esta última frase, aplicada a Waltraud Maczassek, aplicada a su obra, nos conduce a uno de los puntos esenciales del trabajo de la pintora. Porque, desengañémonos, Waltraud Maczassek no es una paisajista, sino antes bien se puede tildar de antipaisajista. Queda lejos aquella serie de visiones de Barcelona que realizara en 1995, que ya rozaban la frontera de la deconstrucción –surgidos de un cierto cézannismo que, en ocasiones, reforzaban su expresividad. La pintora, excepto en estos momentos iniciales de su obra, tras su licenciatura en la Facultad de bellas Artes de Barcelona, ignora el paisaje y se centra en la naturaleza como realidad objetiva de las cosas, no para representarla sino para interrogarla. Recordemos: «No hay artista auténtico que no reconozca su trabajo como un camino de retorno a un origen del que desconoce casi todo». Es aquí donde comienza la interrogación. Es aquí donde el paisaje se disuelve y la naturaleza se concentra en la tierra. Todo el hacer de esta tenaz pintora surge y, a su vez, echa raíces, en la tierra. No es la abstracción de la naturaleza, es la concreción de la tierra, del campo.

Son años, los suyos, de constante contacto con la tierra, pisarla en pleno sol, pisarla también en la lluvia; años de conocer sus olores, de impregnarse de su polvo y barro. Tal vez por esto Waltraud Maczassek se alejó del espíritu de las vanguardias, del cézannismo y del cubismo, de las divagaciones sobre la construcción plástica –que conoce profundamente a través de sus intensos estudios en Wiesbanden y en Barcelona, allá cuando comenzaba una profesionalización artística que no llegó, aquí cuando recomenzó su trayectoria pictórica veintitantos años más tarde. Su sensibilidad, su vida, sus modelos plásticos la alejaron de las frías y ya lejanas teorías de la construcción del espacio pictórico y la decantaron hacia el cuestionamiento de la vida, de la existencia, de los propios valores.

II
En ocasiones, Waltraud Maczassek ha escrito algunos textos para acercarnos a su obra. Aquí, es imprescindible recoger algunos fragmentos para hilvanar mejor el sentido de su creación. Presentando sus grabados para BASF España, en el 2000, escribió: «Estas obras forman parte de una colección de heliograbados, realizados como reflexión sobre la dualidad entre el hombre y la naturaleza, entre lo interior y lo exterior, entre el crecimiento y la muerte.

Hay en ellas una búsqueda de unión del hombre con la naturaleza. Los hombres de pueblos antiguos o primitivos sabían que solamente podían desenvolverse y dominar condiciones adversas, adaptándose a la naturaleza. A la que consideraban, por ello, fuente de inspiración y de vida.» «He querido mostrar fragmentos que pueden ser vistos como espacios que forman otros espacios, espacios enigmáticos de una realidad percibida de forma subjetiva, fragmentos que forman pequeños microcosmos dentro de un todo. Son espacios vividos y captados a través de los sentidos; obras de la naturaleza que se pueden ver, oler y tocar y donde han intervenido los elementos, los insectos, los hongos y la corrosión del tiempo. Son fragmentos perdidos en el espacio y en el tiempo que sugieren otras realidades, pueden verse como paisajes simbólicos o bien como metáforas de los fragmentos de nuestra memoria en el trayecto personal de nuestra vida.» Este interesante escrito nos da varias llaves para adentrarnos en la poética de la pintora. La primera, cuando habla de la dualidad entre hombre y naturaleza,... Aquí la pintora alcanza casi la concepción filosófica del dualismo, el hecho de que todo se rige u organiza a base de dos principios antagónicos e irreductibles. En esta reflexión, persistente, tanto en su vida como en su obra, Waltraud Maczassek halla el sentido de su impulso creativo. Pero la suya no es una desazón arrebatada y mística a la manera de los más puros expresionistas alemanes, sino más bien la necesidad de búsqueda de cierta seguridad personal ante el vacío cósmico. Y ello a través de una estética armónica, pues se intenta, mejor dicho, se desea la unión del hombre con la naturaleza. A esta normativa casi filosófica que rige el impulso creativo, añade la pintora una precisión que la entronca con la abstracción más beligerante de después de la segunda Guerra Mundial: la creación de espacios-paisajes que surgen, enigmáticos, como microcosmos desgajados de un todo. En aquellos revueltos y dinámicos tiempos, se hablaba de la ampliación de los límites de la naturaleza, especialmente, se insistía, en las visiones microscópicas que alcanzaban nuestras vidas por primera vez. La abstracción informalista se justificaba por el acercamiento del hombre a un mundo de paisajes neuronales, bacteriológicos, microbianos,… que se hallaban dentro de un cosmos mucho más amplio. Y también se justificaban por el conocimiento del espacio sideral. Pero el último párrafo transcrito nos aleja a Waltraud Maczassek de la abstracción y de los planteamientos de las segundas vanguardias: vemos que, ante todo, imperan los sentidos y la vida. No es frecuente que un artista nos confiese que en su obra plástica se asimilan incluso olores. En este caso, todo responde a una sensibilidad propia, a un estilo de vida.

«Para crear mis obras me inspiro a menudo en el mundo orgánico, en la naturaleza que me ha rodeado directamente durante muchos años y que me hace recordar sensaciones vividas y sentidas. Siempre me ha llamado la atención la multiplicidad de las formas naturales, sus ritmos, sus estructuras y sobre todo su regularidad donde todo tiene razón de ser y nada es gratuito». Esta es la única ocasión que la pintora nos habla de estructuras, de ritmos, de formas, que complementan sus sensaciones.

III
Para la BDVI con sede en Colonia, Waltraud Maczassek realizó un calendario para el año 2000. Se componía de trece obras que presentaban una gran unidad compositiva, siguiendo el título «Karten und Leben» –Mapas y vida-. Las obras todas ellas fueron realizadas a partir de la manipulación de mapas y planos de Cataluña, unas veces a través del collage, otras veces con el color aplicado directamente.

Se establece en ellas una contraposición de imágenes, que van creando un discurso alternativo que oscila entre la exaltación lírica, entre la reflexión nostálgica y la duda de la incertidumbre. Tal vez sea en este calendario donde la artista se muestre con un mayor trasfondo conceptual y donde las metáforas adquieran un más intenso sentido vivencial. En este año 2000, Vinyet Panyella escribía que en el conjunto de obras de su universo cartográfico – el calendario y otras piezas que la artista realizara con el mismo planteamiento- Waltraud Maczassek había llegado, entonces, al cenit de su creatividad invocando la imagen del tiempo y de la naturaleza, intentando ordenar y nominar el espacio desde la mente. Y que el resultado son un conjunto de obras que plantean, en última instancia, los interrogantes de la ubicación de los seres en el entorno más inmediato y más lejano y la voluntad de convertirlo en estrictamente propio y asumible. Y que en la lectura de la serie cartográfica se iniciaba una lectura casi metafísica de la evolución plástica de la autora.

Corroboro también estas afirmaciones. Y creo que se puede ahondar más en este análisis. Conviene recordar aquí lo que Waltraud Maczassek escribiera un poco antes de iniciar esta serie: «La naturaleza va íntimamente ligada a nosotros, está dentro de nosotros y nos envuelve y es finalmente más fuerte que lo que construye el hombre. Aunque la recortamos, la maltratamos, nunca pierde su poder de renovación. Es como cuando la naturaleza vuelve a tomar posesión de lo que es suyo». Con esta temprana reflexión, adquiere mayor sentido el universo cartográfico de la autora. Profundicemos en algunos meses de su calendario.

Febrero: «Metamorfosis». Sobre un plano de las líneas de nivel de una zona de campos y montículos, unos árboles se imponen de forma contundente, con gamas de azules y rojos. El estallido de la naturaleza se impone a la análisis geométrica que el hombre hace de la naturaleza. El hombre pretende aprehender y encasillar lo natural, la vida de nuestro planeta, sin que alcance a ello.

Abril: «Semillas y cortezas». En un geométrico collage, una cruz de semillas se impone a la cartografía de unos campos de cultivo en tanto, en la zona de la izquierda de la obra, distintas cortezas de árboles imponen su radical presencia. El compromiso de la vida atado a la tierra. Septiembre: «Camino fluido». El soporte cartográfico es cubierto por una gruesa pintura matérica, color tierra, que establece en la zona central un camino, una vía sinuosa como un río. A pesar de todo, el hombre, su trabajo, constituye la energía que vigoriza la tierra. Diciembre: «Laberinto». Sobre el plano de un núcleo urbano, se extiende una tenue capa de pintura verde que a su vez define un nuevo entramado de calles y plazas. Como un canto de desesperanza, la labor humana se impone, alejada de la tierra, de la naturaleza.

En realidad, en todo este proceso de amores, divergencias y reflexión, la autora se halla implicada: la cartografía es de lugares vividos o cercanos; los elementos del collage –al igual que las esculturas–instalación que en algunas ocasiones ha realizado– son elementos vegetales que provienen de su entorno inmediato. Así, la implicación personal llega a la inmersión, al compromiso. Queda lejana la opción de escrutar el paisaje y arrancarle secretos; uno se halla conformando, a su vez, el paisaje; uno se halla configurando y transformando su tierra.

Estas trece obras que concretan el Calendario 2000 de Waltraud Maczassek, como prácticamente toda su obra, se hallan sumidas en el silencio. Y no porque en ellas no aparezca el hombre, ni los animales, ni las máquinas, sino porque está presente la confrontación anímica, expectante. Silencio, palabra que aparece en diversos títulos de sus obras. Silencio, porque las obras de esta autora deben tener un espectador, tan sólo, en cada ocasión. Son obras para contemplar de uno en uno, sin prisas, sin comentarios, esperando que la lírica del desarrollo pictórico nos lleve al abandono de nuestra rígida insensibilidad y nos compenetre con la tierra. Waltraud Maczassek, ya he dicho, es una artista antipaisaje, o sea, en realidad, antinaturaleza. Es, esencialmente, una artista de la tierra –si es que podemos establecer diferencias entre la tierra y la naturaleza. La cartografía, un plano, es una concreción; como lo es caminar sobre nuestra tierra, sobre nuestros campos. Divagando en torno a la obra de la autora, se ha hablado en ocasiones de paisajes interiores, en referencia al peso que la intimidad tiene en todo su proceso creativo y, también, aprovechando el título de alguna de sus obras –en las que el blanco y los difuminados predominan. Pero a mi me gusta más pensar, respecto a los suyos, que no son paisajes interiores, del alma, sino que simplemente son el paisaje del jueves pasado, cuando al salir el sol alcanza la tierra el color contrapuesto de la nueva luz que nos lleva a la sensación de vida. O prefiero pensar que se trata del paisaje del martes, de su martes, cuando la lluvia fina, a la vez que intensifica el color de la tierra, levanta su olor. Me gusta, ante sus obras, acercarme a la inmediatez y tratar de acrecentar y de buscar mis sensaciones más cercanas. Ante las obras de Waltraud Maczassek prefiero sentir a razonar.

Por ello, al silencio debe añadirse el tiempo, a sus obras, a su contemplación: un tiempo lento, suave, para darnos cuenta del tiempo, de los tiempos, que la tierra precisa para sus cambios, para su vida, para sus luces. Es aquí donde puede empezarse a configurar un paisaje interior, indescriptible, que marca a la persona y le provoca el don de la observación, del disfrute, de la reflexión. La obra de Waltraud Maczassek es sensual porque surge de la inmediatez, de cuanto ve, oye, huele, toca. De cuanto vive.

IV
Respecto a esta inmediatez del contacto con la tierra, tiene Waltraud Maczassek un texto esclarecedor –y no sólo para este aspecto de su proceso creativo–. Para la carpeta de seis grabados al carborundum que en 1998 realizó para BASF Española, escribió una introducción en la que, entre otras precisiones, podía leerse: «Mis grabados se inspiran directamente en la alquimia, en su poética cosmovisión. Quieren ser un homenaje a la labor de esa estirpe de soñadores que, armados de una gran acumulación de conocimientos químicos, concentraron todo su talento en conseguir objetivos absolutamente utópicos: El elixir de la vida, que debía garantizar la inmortalidad, y La piedra filosofal, que permitía
la creación artificial de metales preciosos (oro y plata), a partir de la transformación de metales comunes. Estos sueños tan lejanos trataban de conseguirse con lo que se tenía más cerca, al alcance de la mano: los elementos de la naturaleza, lo que siempre me ha seducido, lo que me ha llevado a convertir la manipulación de los procesos químicos, sus complejas fórmulas químicas, en la principal fuente de inspiración de mis grabados». Este es un texto emocionante y emotivo por diversas razones: por revelarnos la fuente de su inspiración, por rendir tributo a los soñadores y por entusiasmarse con lo inmediato. Es cierto, la artista se inspira en las formas de ciertos objetos y elementos de los alquimistas, como también en las arquitecturas de sus góticos y renacentistas espacios. Y todo ello nos lo transmite con unas tonalidades fuertes de color, con unas formas de contundente trazado, justo en el límite temporal en que se fraguó, en el año 2000, uno de los cambios más decisivos en su lenguaje.

Es cierto, la artista, como ya hemos visto anteriormente, se entusiasma por lo inmediato. Y su inmediatez, en El Penedès, es el campo, los campos, las vides y los alquimistas del vino. Qué sensación transmite de riqueza interior el acercarse a su cotidianeidad para inspirarse. Ahora, 2007, cuando se busca la inspiración en lo lejano, en lo desconocido, en lo remoto –como si ello, por sí mismo fuese ya un valor– buscar la inspiración en lo más conocido y cotidiano, es, cuando menos, una muestra de sabiduría y riqueza interior. Es cierto, la artista rinde tributo a los soñadores porque, en realidad es ella misma soñadora. No tiene sueños medievales o renacentistas sino el anhelo de la utopía de nuestro siglo XXI: humanismo y equilibrio entre lo interior y lo exterior, equilibrio entre el hombre y su tierra, equilibrio entre la naturaleza y la cartografía y los mapas – la tierra de los hombres. Waltraud Maczassek, a su vez, es alquimista: cuanto ve, oye, huele, cuanto sensibiliza, pasa por las retortas de su interior y es transformado en estas obras, en unas obras, en las que la brisa parece sazonar el espíritu.