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Los escritores sentimos, con frequencia, una atracción misteriosa por los nombres que tienen una sonoridad estética. Y el nombre de Waltraud parece creado para titular un poema, etiquetar un vino de lujo... o para firmar un cuadro. He tenido la suerte de seguir la evolución de Waltraut como pintora, casi desde los comienzos: sus exposiciones en Sitges y en la muestra internacional de la "Wine Trade Art Society" que organiza Christie's, las menciones honoríficas en "The Quarterly Review", o incluso ese cuadro suyo que figura en la etiqueta de un lujoso vino francés... Y ahora, se presenta en Barcelona; aunque, quienes la conocen saben saben que la discreción natural de su carácter la inclina más bien al trabajo intimista y paciente que al compromiso público. Waltraud posee esa sencillez del artesano que se interesa más por el aprendizaje serio de su oficio que por las cosechas improvisadas o tempranas. Y su trabajo nos viene avalado por el estudio, la dedicación y la sincera vocación de aprender. En Wiesbaden cursó ya sus primeros estudios de Bellas artes. Y, aunque en esas fechas la pedagogía artística se inclinaba casi exclusivamente a la pintura abstracta, aprendió en esa escuela los fundamentos básicos de ritmo, color y composición. Con los años fue madurando en su vocación personal, hasta que, desde 1981, pudo dedicarse continuadamente a su trabajo y a la búsqueda de su propio estilo: una pintura figurativa que expresa su visión poética de la realidad y que intentaq rescatar a los objetos de la materia oscura para ofrandarlos a la vida atmosférica de la armonía y de la belleza. Ese era ya el "espíritu" de sus cuadros, hace un par de veranos, en la Galería Ágroa 3 de sitges. Pero aquella primera exposición "individual" prosigue ahora con una nueva muestra de su trabajo. Y valgan como testimonio estas marinas de Mallorca o estos paisajes del Penedès, pintados siempre al aire libre - en la fugitiva luz del momento - a golpe de inspiración, en esos "impromptus" del pincel en los que no cabe el arrepentimiento. Y valgan también estos bodegones que, en la paleta de Waltraud, se convierten en auténticos retratos de la naturaleza callada: estudios de carácter en los que el dibujo estructural aparece como una revelación implacable de la verdad; pero una verdad matizada siempre por ese sentimiento armónico del color que, en esta pintura, es como un velo de compresión y de perdón tendido sobre todas las imperfecciones de la materia. La autenticidad es valiente, arriesgada, a veces dura; pero bien puede aventurarse a esa sinceridad quien, como Waltraud, sabe conjurar la composición implacable de la verdad con la ternura humanista del color. Y así pinta con una paleta colorista, que se encontró sin duda en el Mediterráneo, con un pincel vibrante, con una emoción espontánea; pero, suavizando esas temperaturas, con una luz tamizada muy alemana, con un resplandor intimista muy centroeuropeo. El trazo caligráfico de sus primeras obras sa ha ido convirtiendo, al madurar su pintura, en un sereno juego de armonías. Y esa rúbrica sincera y enérgica de su carácter está todavia más presente en estos cuadros que traspasan la pura imagen corporal y dispersa de la naturaleza, el perfil del objeto, para componer un conjunto mesurado, sobrio y sereno. Hasta el punto de que uno se pregunta si estas composiciones - firmes y sólidamente estructuradas - no son la obra de una escultora que ha vestido sus figuras con un velo mágico de color, convirtiéndolas en imagen pictórica del misterioso espacio donde las vidas apagadas se convierten en astros de luz. A Waltraut de Torres - con ese nombre tan literario - le falta todavía firmar un poema. Pero éso, quizás, ya no es necesario, al ver su rúbrica escrita al pie de los cuadros de esta exposición. Mauricio Wiesenthal |
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