Waltraut Maczassek
Estas obras forman parte de una colección de heliograbados, realizados como reflexión sobre la dualidad entre el hombre y la naturaleza, entre lo interior y lo exterior, entre el crecimiento y la muerte.

Hay en ellas una búsqueda de unión del hombre con la naturaleza. Los hombres de pueblos antiguos o primitivos sabían que solamente podían desenvolverse y dominar condiciones adversas, adaptándose a la naturaleza. A la que consideraban, por ello, fuente de inspiración y de vida.

He querido mostrar fragmentos que pueden ser vistos como espacios que forman otros paisajes, espacios enigmáticos de una realidad percibida de forma subjetiva fragmentos que forman pequeños cicrocosmos dentro de un todo. Son espacios vividos y captados a través de los sentidos; obras de la naturaleza que se pueden ver, oler y tocar y donde han intervenido los elementos, los insectos, los hongos y la corrosión del tiempo. Son fragmentos perdidoss en el espacio y en el tiempo que sugieren otras realidades; pueden verse como paisajes simbólicos o bien como metáforas de los fragmentos de nuestra memoria en el trayecto personal de nuestra vida.

 

Waltraud Maczassek ha recurrido a un código de significación universal: un código que a través de escuetas formas orgánicas y geométricas hace directa referencia a la tierra, a la tierra en su sentido amplio: la tierra como material, la tierra como paisaje y la tierra como naturaleza. Con sutiles gamas cromáticas (de la gama de los azulados a los rojizos anaranjados en un constante flujo y en un intercambio permanente de temperaturas: de lo frío a lo cálido y viceversa), las mismas que, por otra parte, caracterizan a su pintura, Waltraut acude a la tierra con una visión amplia y globalizadora que tanto tiene que ver con la tierra como materia inorgánica y principal componente del suelo natural, como territorio o incluso superficie del planeta o como paisaje o porción de terreno considerada como un espectáculo desde un punto de vista estético. Y en estas distintas versiones de esta tierra entendida como materia primordial y como símbolo universal distinguimos una dualidad de fuerzas, una lucha de contrarios que en ocasiones se oponen, en otras se complementan y parecen convivir en una armonía cósmica: así, la tierra como materia cálida y sensual en los meses de marzo, mayo o noviembre, como elemento incontaminado e incontaminable sin apenas agresiones en su estructura, convive en un equilibrado movimiento pendular, como en las fuerzas del ying y el yang con estructuras controladas por las fuerzas del hombre, como la ciencia, la técnica y el intelecto. La ciencia, investiga, ordena y delimita y lo hace dibujando, como en el caso de la geometría, sus formas sobre lo inicialmente ilimitado y ayudando a la que tierra sea a su vez más comprensible y habitable. La técnica en constante lucha y rivalidad con el concepto de desorden y entropía, asegura, y un cierto orden y medida en el sistema del cosmos.

Gracias a los conocimientos técnicos, los arquitectos, los topógrafos, los urbanistas consiguen describir y representar en un plano las dimensiones y características de un terreno para acabar imponiendo sus leyes sobre él. Gracias finalmente al intelecto, al entendimiento, a la capacidad humana de razonar, y ello Waltraut lo patentiza en los meses de junio, septiembre y diciembre, las fuerzas de la naturaleza se canalizan en obras útiles para los hombres, como el ordenamiento funcional y estético de la ciudad.

La veladura, el gesto, el trazo que animan atmósferas vibrantes de gran ambigüedad y poder sugestivo son algunos de los recursos plásticos de los que se vale la artista para visualizar en imágenes esta sensación reversible entre lo eterno y lo fugaz, entre el cosmos y también el interior del hombre entendido como un microcosmos en el que se proyectan las fuerzas de la naturaleza y, en definitiva, las fuerzas de la vida. Las pinturas de Waltraut no solo hablan de un tiempo virtual y real sino que buscan medir el impacto del tiempo en el propio individuo, un individuo "in absentia", ausente y presente al mismo tiempo, que se convierte en eje central sobre el que pivota todo el trabajo de Waltraut cuya interpretación resta abierta, fluida y diáfana ante una mirada transnacional que desdibuja fronteras y atraviesa los intersticios de distintas tradiciones culturales.

Anna M. Guasch
Crítica de arte y profesora de Historia de arte Contemporáreo de la Universidad de Barcelona