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Jordi Baijet El Ayuntamiento de Sitges continúa este 2007 con su apuesta por la promoción del arte y la cultura con la programación de una nueva exposición, esta vez de la mano de la pintora Waltraud Maczassek, entre el 9 de agosto y el 30 de septiembre. Esta artista, nacida en la ciudad alemana de Frankfurt am Main, trabaja y vive en Barcelona, pese a que guarda una relación muy estrecha con Vilafranca del Penedès y las tierras de los alrededores, y con nuestra villa, donde ha expuesto sus trabajos en numerosas ocasiones desde el año 1989, más concretamente en la galería Ágora. La realidad mediterránea está muy presente en el arte de Maczassek, que se caracteriza por una obra consolidada que posee una gran fuerza comunicativa, tanto por lo que dice y muestra abiertamente como lo que sugiere. La expresividad de sus paisajes interiores y la calidez de las tonalidades de la forma reafirman su vía del arte contemporáneo desde una particular percepción de la realidad y de su figuración. |
Así pues, recomiendo a todos los sitgetanos y sitgetanas que se acerquen hasta el edificio Miramar para disfrutar de esta interesante exposición con los trabajos de la pintora Walter Maczassek. |
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Carme Riera «Espacio, tiempo, materia», se titula una de las piezas que considero claves de Waltraud Maczassek. Ese título serviría muy bien para caracterizar el conjunto de las obras de la pintora que, bajo el patrocinio del Ayuntamiento de Sitges, se presentan en el Palau Maricel y cuyo tema central es la naturaleza. Una naturaleza en la que el «Fluir del tiempo» constituye una constante, implícita en algunos casos, como en «Signos arcaicos» o en las «Superficies Erosionadas» que nos hablan de los orígenes del universo, explícita, en otros, como en «Camins d’aigua», «Surgir de las aguas» en los que el referente es el agua, símbolo del efímero transcurso de la vida humana. El agua, desmemoriada, sobre la que no podemos dejar rastro imperecedero alguno, es por otra parte el más sensual de los cuatro elementos y quizá por eso resulta desde el punto de vista artístico tan atractiva. No en vano sirve de espejo en cuya superficie podemos buscar los reflejos de nuestro yo escindido. Por eso creo que Waltraud Maczassek utiliza el propio espacio pictórico para encontrarse a sí misma. A través del «Paisaje interior» o de «Las Cartografías» se interroga y se responde, reconstruye su pasado y lo reinterpreta mediante los escenarios de la memoria. La naturaleza es cómplice de su arte. Es probable que si Waltraud Maczassek no se sintiera tan próxima a ella, o no hubiera pasado gran parte de su vida en un entorno natural, los temas de su pintura hubieran sido otros. En la obra de nuestra artista percibimos la luz del atardecer, escuchamos el viento y olemos la tierra mojada después de la tormenta. A través de los ojos, primero, y después de los demás sentidos, la pintura de esta extraordinaria artista, nacida en Fráncfort pero afincada en Cataluña desde hace tiempo, nos conmueve. Y, como ocurre con el Arte con mayúscula, nos llena de emoción. Francesc Miralles 4 VARIACIONES EN TORNO A LA OBRA DE WALTRAUD MACZASSEK I En un día frío y lluvioso ¿qué puede ser mejor que meterse en la atmósfera de esas pinturas, inundadas del sol?» –esto podía leerse en una de las críticas de su exposición en Wiesbaden, el año 2000. Montse Juvé escribía cuatro años más tarde que, en realidad la pintora crea territorios sin referencias espaciales o temporales, que son desiertos de niebla, parajes gélidos que extienden por todos los sitios su blanco; charcos de agua sin contenedor posible; y, decía, que toda esta materia informe se precipita hacia un abismo intuido, grieta sempiterna de la naturaleza y del alma”. Pero fue Rafael Argullol, en su presentación a la exposición El sonido del Origen, en el 2005, quien dio un paso definitivo en esta interpretación del paisaje: primero recordaba aquella célebre paradoja de que no se sabía a ciencia cierta si la pintura del cuatrocento representaba al paisaje toscano o, por el contrario, el paisaje toscano imitaba la pintura del cuatrocento; luego precisaba que el mejor arte desea ser naturaleza con tanta pasión como desea reconocerse en algo distinto, quizá otra piel, quizás otra entraña, otra naturaleza, servidora, continuadora o exaltadora de aquella originaria. Y, Argullol, afirmaba categóricamente: «No hay artista auténtico que no goce o no sufra al vivir esta tensión, y que no reconozca su trabajo como un camino de retorno a un origen del que desconoce casi todo». Esta última frase, aplicada a Waltraud Maczassek, aplicada a su obra, nos conduce a uno de los puntos esenciales del trabajo de la pintora. Porque, desengañémonos, Waltraud Maczassek no es una paisajista, sino antes bien se puede tildar de antipaisajista. Queda lejos aquella serie de visiones de Barcelona que realizara en 1995, que ya rozaban la frontera de la deconstrucción –surgidos de un cierto cézannismo que, en ocasiones, reforzaban su expresividad. La pintora, excepto en estos momentos iniciales de su obra, tras su licenciatura en la Facultad de bellas Artes de Barcelona, ignora el paisaje y se centra en la naturaleza como realidad objetiva de las cosas, no para representarla sino para interrogarla. Recordemos: «No hay artista auténtico que no reconozca su trabajo como un camino de retorno a un origen del que desconoce casi todo». Es aquí donde comienza la interrogación. Es aquí donde el paisaje se disuelve y la naturaleza se concentra en la tierra. Todo el hacer de esta tenaz pintora surge y, a su vez, echa raíces, en la tierra. No es la abstracción de la naturaleza, es la concreción de la tierra, del campo. Son años, los suyos, de constante contacto con la tierra, pisarla en pleno sol, pisarla también en la lluvia; años de conocer sus olores, de impregnarse de su polvo y barro. Tal vez por esto Waltraud Maczassek se alejó del espíritu de las vanguardias, del cézannismo y del cubismo, de las divagaciones sobre la construcción plástica –que conoce profundamente a través de sus intensos estudios en Wiesbanden y en Barcelona, allá cuando comenzaba una profesionalización artística que no llegó, aquí cuando recomenzó su trayectoria pictórica veintitantos años más tarde. Su sensibilidad, su vida, sus modelos plásticos la alejaron de las frías y ya lejanas teorías de la construcción del espacio pictórico y la decantaron hacia el cuestionamiento de la vida, de la existencia, de los propios valores. II Hay en ellas una búsqueda de unión del hombre con la naturaleza. Los hombres de pueblos antiguos o primitivos sabían que solamente podían desenvolverse y dominar condiciones adversas, adaptándose a la naturaleza. A la que consideraban, por ello, fuente de inspiración y de vida.» «He querido mostrar fragmentos que pueden ser vistos como espacios que forman otros espacios, espacios enigmáticos de una realidad percibida de forma subjetiva, fragmentos que forman pequeños microcosmos dentro de un todo. Son espacios vividos y captados a través de los «Para crear mis obras me inspiro a menudo en el mundo orgánico, en la naturaleza que me ha rodeado directamente durante muchos años y que me hace recordar sensaciones vividas y sentidas. Siempre me ha llamado la atención la multiplicidad de las formas naturales, sus ritmos, sus estructuras y sobre todo su regularidad donde todo tiene razón de ser y nada es gratuito». Esta es la única ocasión que la pintora nos habla de estructuras, de ritmos, de formas, que complementan sus sensaciones. III Se establece en ellas una contraposición de imágenes, que van creando un discurso alternativo que oscila entre la exaltación lírica, entre la reflexión nostálgica y la duda de la incertidumbre. Tal vez sea en este calendario donde la artista se muestre con un mayor trasfondo conceptual y donde las metáforas adquieran un más intenso sentido vivencial. En este año 2000, Vinyet Panyella escribía que en el conjunto de obras de su universo cartográfico – el calendario y otras piezas que la artista realizara con el mismo planteamiento- Waltraud Maczassek había llegado, entonces, al cenit de su creatividad invocando la imagen del tiempo y de la naturaleza, intentando ordenar y nominar el espacio desde la mente. Y que el resultado son un conjunto de obras que plantean, en última instancia, los interrogantes de la ubicación de los seres en el entorno más inmediato y más lejano y la voluntad de convertirlo en estrictamente propio y asumible. Y que en la lectura de la serie cartográfica se iniciaba una lectura casi metafísica de la evolución plástica de la autora. Corroboro también estas afirmaciones. Y creo que se puede ahondar más en este análisis. Conviene recordar aquí lo que Waltraud Maczassek escribiera un poco antes de iniciar esta serie: «La naturaleza va íntimamente ligada a nosotros, está dentro de nosotros y nos envuelve y es finalmente más fuerte que lo que construye el hombre. Aunque la recortamos, la maltratamos, nunca pierde su poder de renovación. Es como cuando la naturaleza vuelve a tomar posesión de lo que es suyo». Con esta temprana reflexión, adquiere mayor sentido el universo cartográfico de la autora. Profundicemos en algunos meses de su calendario. Febrero: «Metamorfosis». Sobre un plano de las líneas de nivel de una zona de campos y montículos, unos árboles se imponen de forma contundente, con gamas de azules y rojos. El estallido de la naturaleza se impone a la análisis geométrica que el hombre hace de la naturaleza. El hombre pretende aprehender y encasillar lo natural, la vida de nuestro planeta, sin que alcance a ello. Abril: «Semillas y cortezas». En un geométrico collage, una cruz de semillas se impone a la cartografía de unos campos de cultivo en tanto, en la zona de la izquierda de la obra, distintas cortezas de árboles imponen su radical presencia. El compromiso de la vida atado a la tierra. Septiembre: «Camino fluido». El soporte cartográfico es cubierto por una gruesa pintura matérica, color tierra, que establece en la zona central un camino, una vía sinuosa como un río. A pesar de todo, el hombre, su trabajo, constituye la energía que vigoriza la tierra. Diciembre: «Laberinto». Sobre el plano de un núcleo urbano, se extiende una tenue capa de pintura verde que a su vez define un nuevo entramado de calles y plazas. Como un canto de desesperanza, la labor humana se impone, alejada de la tierra, de la naturaleza. En realidad, en todo este proceso de amores, divergencias y reflexión, la autora se halla implicada: la cartografía es de lugares vividos o cercanos; los elementos del collage –al igual que las esculturas–instalación que en algunas ocasiones ha realizado– son elementos vegetales que provienen de su entorno inmediato. Así, la implicación personal llega a la inmersión, al compromiso. Queda lejana la opción de escrutar el paisaje y arrancarle secretos; uno se halla conformando, a su vez, el paisaje; uno se halla configurando y transformando su tierra. Estas trece obras que concretan el Calendario 2000 de Waltraud Maczassek, como prácticamente toda su obra, se hallan sumidas en el silencio. Y no porque en ellas no aparezca el hombre, ni los animales, ni las máquinas, sino porque está presente la confrontación anímica, expectante. Silencio, palabra que aparece en diversos títulos de sus obras. Silencio, porque las obras de esta autora deben tener un espectador, tan sólo, en cada ocasión. Son obras para contemplar de uno en uno, sin prisas, sin comentarios, esperando que la lírica del desarrollo pictórico nos lleve al abandono de nuestra rígida insensibilidad y nos compenetre con la tierra. Waltraud Maczassek, ya he dicho, es una artista antipaisaje, o sea, en realidad, antinaturaleza. Es, esencialmente, una artista de la tierra –si es que podemos establecer diferencias entre la tierra y la naturaleza. La cartografía, un plano, es una concreción; como lo es caminar sobre nuestra tierra, sobre nuestros campos. Divagando en torno a la obra de la autora, se ha hablado en ocasiones de paisajes interiores, en referencia al peso que la intimidad tiene en todo su proceso creativo y, también, aprovechando el título de alguna de sus obras –en las que el blanco y los difuminados predominan. Pero a mi me gusta más pensar, respecto a los suyos, que no son paisajes interiores, del alma, sino que simplemente son el paisaje del jueves pasado, cuando al salir el sol alcanza la tierra el color contrapuesto de la nueva luz que nos lleva a la sensación de vida. O prefiero pensar que se trata del paisaje del martes, de su martes, cuando la lluvia fina, a la vez que intensifica el color de la tierra, levanta su olor. Me gusta, ante sus obras, acercarme a la inmediatez y tratar de acrecentar y de buscar mis sensaciones más cercanas. Ante las obras de Waltraud Maczassek prefiero sentir a razonar. Por ello, al silencio debe añadirse el tiempo, a sus obras, a su contemplación: un tiempo lento, suave, para darnos cuenta del tiempo, de los tiempos, que la tierra precisa para sus cambios, para su vida, para sus luces. Es aquí donde puede empezarse a configurar un paisaje interior, indescriptible, que marca a la persona y le provoca el don de la observación, del disfrute, de la reflexión. La obra de Waltraud Maczassek es sensual porque surge de la inmediatez, de cuanto ve, oye, huele, toca. De cuanto vive. IV Es cierto, la artista, como ya hemos visto anteriormente, se entusiasma por lo inmediato. Y su inmediatez, en El Penedès, es el campo, los campos, las vides y los alquimistas del vino. Qué sensación transmite de riqueza interior el acercarse a su cotidianeidad para inspirarse. Ahora, 2007, cuando se busca la inspiración en lo lejano, en lo desconocido, en lo remoto –como si ello, por sí mismo fuese ya un valor– buscar la inspiración en lo más conocido y cotidiano, es, cuando menos, una muestra de sabiduría y riqueza interior. Es cierto, la artista rinde tributo a los soñadores porque, en realidad es ella misma soñadora. No tiene sueños medievales o renacentistas sino el anhelo de la utopía de nuestro siglo XXI: humanismo y equilibrio entre lo interior y lo exterior, equilibrio entre el hombre y su tierra, equilibrio entre la naturaleza y la cartografía y los mapas – la tierra de los hombres. Waltraud Maczassek, a su vez, es alquimista: cuanto ve, oye, huele, cuanto sensibiliza, pasa por las retortas de su interior y es transformado en estas obras, en unas obras, en las que la brisa parece sazonar el espíritu. |
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Teresa Costa-Gramunt Dona i Art o la dansa de Lilà El pasado 9 de agosto (2007) se inauguró en el edificio Miramar de Sitges una exposición de pinturas de Waltraud Maczassek, que se podrá visitar hasta el 30 de septiembre. Se trata de un extenso recorrido pictórico de la artista de origen alemán que hace tantos años que está vinculada a las tierras del Penedès, i también a Sitges. En una cincuentena de obras se nos presenta un trayecto que va desde la figuración hasta la abstracción, sobre todo del paisaje. La “figuración” no siempre es la estricta concreción del objeto pintado. Ni la “abstracción” –o conceptualización- tampoco tienen que ser una entelequia, sino que también puede ser una realidad “figurada”: imaginada, o distorsionada. I es que “la realidad”, como concepto absoluto, es el todo inaprensible sin la subjetividad perceptiva. El arte más “figurativo”, más “objetivo”, no representa toda la figuración posible. De la misma manera que el arte “abstracto” o el “conceptual” tampoco no dejan de ser un “tomar una forma”, por más irreal que esta parezca. En este mismo contexto, razonar, comentar una obra de arte también es un hecho “figurado”, poco o muy subjetivo. El arte es polisémico: La obra contiene en si misma diversas interpretaciones. Una obra es rica y preserva su aura de misterio – qué sería de la creación artística sin el halo de misterio! –cuando no se deja atrapar por una sola interpretación, cosa que la convertiría más en un “objeto” que en un “sujeto”. Patinir –impresionando la exposición de este artista del XVI estos días al Museo de Prado- fue el creador de la autonomía del paisaje pictórico en los inicios de la modernidad. A partir de él, los diferentes artistas empezaron a expresar, a través de la pintura del paisaje, sus propias ideas sobre la naturaleza –tan misteriosa-, ya sea considerándola como espejo del alma, ya sea en ella misma como objeto a representar. Ya tenemos, pues, dos opiniones: la naturaleza en ella misma, es decir, externa al artista-observador, y la naturaleza interiorizada por el artista, que se expresa en un paisaje imaginado, figurado, producto de la fantasía, o del ánimo, o de una vibración emocional... Pero todavía puede haber un tercer camino para la plasmación artística del paisaje: una fructífera simbiosis entre la impresión y la expresión, entre el externo y el interno, entre el más o el menos figurativo y el más o menos figurado... Las últimas pinturas de Waltraud Maczassek, unos paisajes poéticamente gestuales en tantos momentos, parece que quieran ir por este camino de síntesis. Por un lado, el artista se apresura a captar el respiro o la potencia de la naturaleza que la toma, y a la vez esta naturaleza se constituye en imagen o proyección de su propio respiro y potencia interior. Un cuadro sería una simple representación si no fuera por un pulso que lo proyecta más allá. Se trata de una vibración que sitúa la obra allá de su estricta materialidad, de una vibración que imanta la obra artística. En cuanto que representación, pues, nos podemos quedar en la simple estética superficial. Pero también, y gracias a una seducción, a un llamamiento que sale del interior de la misma obra, los que contemplamos una obra de arte podemos dejarnos encontrar por la realidad oculta que pertenece a lo intangible que está en el origen de determinadas obras. En pinturas como Fluir, Espacios imaginarios, Infinitas distancias o Reflejos de Waltraud Maczassek (todas realizadas el 2007) nos viene a encontrar esta energía oculta. Es una energía inmaterial que se hace visible en la vibración pictórica que además de visual casi resulta táctil, sonora y olfativa, y que nos sacude con su fuerza, con su luz. Estas y otras teles expuestas son instantáneas de unas fluctuaciones vivas. Estas pinturas sin forma específica son como el mundo antes de concretarse (naturaleza en estadio primordial), y a la vez que plasman el proceso de la creación cuando la energía era todavía materia sin forma reflejan un misterio: la inteligencia, y la emoción del artista en el acto mismo de la creación. |
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